La Unidad Liberal es de Caracter Obligatorio en la Familia Liberal

Entrar en el terreno de la discusión sobre la construcción de la unidad para las próximas elecciones del 2011, desde nuestro punto, no está relacionado con hacer apreciaciones o lanzar argumentos a favor o en contra de las primarias versus los acuerdos o sobre los beneficios de una unidad aparente, sino con analizar y discutir cómo se están sentando las bases para la construcción de esa unidad. Ante ello, tengo algunas preguntas que pueden ser generadoras del debate necesario, en buena parte ausente, hasta el momento:
¿Se trata de un acuerdo de unidad coyuntural para abordar unas elecciones (la de presidente y diputados nacionales,departamentales y del parlacen Nov2011) o de un acuerdo de unidad más allá de la coyuntura? La respuesta a esta pregunta, , definirá el tipo de unidad que se requiere construir, las características del proceso y las instancias en las que ésta se puede dar. En este caso, para mi, obviamente, debe tratarse de un acuerdo de unidad que trascienda la coyuntura electoral, pero si como país, aún no estamos listos para dar ese paso, no podemos condenar a priori, el que se trate de un acuerdo coyuntural para las próximas elecciones, lo que si tenemos que hacer es tenerlo claro y trabajar con esa premisa u acuerdos(metrocentros), para lograrlo en las mejores condiciones posibles.
¿Quién construye las premisas sobre las que debe fundarse ese acuerdo de unidad, sera el PLC junto a MVCE? En muchos escenarios se discuten las premisas sobre las que debe fundarse el acuerdo, pero en ninguno, salvo un par de excepciones circunstanciales, se plantea abiertamente la discusión sobre ¿quién debe definir esas premisas? y ¿en qué espacio deben ser definidas? Esto sucede así, entre otras cosas, porque para algunos, parece estar claro que el espacio para definir las premisas sobre las que se funde la unidad, existe y es el constituido por los partidos, denominado “platicas de la unidad”. Pero para otros, esto no está tan claro y a pesar de que formalmente no proponen un espacio alternativo, utilizan varias estrategias para promoverlo de facto poniendo a un garanteMonseñor Mata. Estas estrategias son de dos tipos, por una parte, están las que promueven alianzas alternas, ya sean virtuales o presenciales, de base o de élite, me refiero a la promoción de reuniones, encuentros e intercambios de diversa naturaleza con los que se persigue generar posiciones que “obliguen” a los diversos sectores políticos a ampliar la base sobre la que se construye la unidad o a incorporar elementos en la agenda de debate y decisión (sociedad civil,mrs,conservadores,apre,psc,puca cts); y por la otra, están las que se concentran sólo en promover agendas alternas utilizando diversos medios de comunicación para imponer, vía “opinión pública mediática”, las premisas sobre las que se debe sustentar el acuerdo o alguna de las características que debe tomar el mismo caso de metrocentro I y II y pendiente el III.
Obviamente, el uso de las estrategias de los dos tipos no es excluyente, y ha de reconocerse que todas son “políticamente” válidas. Sin embargo, esto no quiere decir que su uso sea incuestionable, ya que sus consecuencias, positivas y negativas, ya se pueden apreciar, tanto en la propia dinámica de definición del espacio y las reglas del juego, como en la credibilidad de los actores que las emplean, pero también se aprecian y se podrán apreciar, en la calidad de los productos que del uso de ellas se obtenga -esto incluye a las candidaturas-, y también en la confianza que se genere, se mine o se deje de construir, en esta parte de la sociedad política y que afectará la credibilidad en la dinámica política que somos capaces de desarrollar, más allá de los procesos electorales.
Por otra parte, trátese de un acuerdo coyuntural-electoral o trascendente, no se puede concertar la unidad sin tener claro ¿para qué? esto es, sin establecer la agenda de trabajo que se promoverá a lo largo del proceso. La agenda es la que le da cohesión y sentido a la construcción de la unidad y al posicionamiento de una opción diferente de poder (sea ésta una agenda para construir una sociedad efectivamente más democrática, un proyecto político alternativo o una real salida a la crisis) A este punto, al parecer, no se le está dando la importancia que debe tener en las luchas existentes, se le trata de forma superficial o se posterga su definición, como si existiera un proyecto de país sobre el que todos estuviéramos de acuerdo y lo que estuviese en construcción fuese sólo la estrategia para alcanzarlo.
Como colectivo actuamos como si compartiéramos las premisas de sociedad que queremos alcanzar, sin darnos cuenta de que nuestro mayor acuerdo, casi nuestro único acuerdo, es sobre la identificación de los problemas que vivimos o que nos afectan, cosa que paradójicamente es un gran-pequeño paso.
Este menosprecio que en la práctica le damos a la definición del ¿para qué?, nos impide ver su potencial transformador, ya que, aunque la unidad en este momento, se tratara de un acuerdo coyuntural y se tuvieran muy bajas expectativas de triunfo, si existiera una clara agenda legislativa, nacional , su promoción constituiría un propósito estratégico de lucha que abonaría el terreno con creces a cualquier proceso de transformación que se quisiera emprender, porque permitiría, entre otras cosas, poner en la agenda pública los temas y las alternativas que nos permitirían construir una Nicaragua diferente y centrar la atención de la gente sobre ellos.
Otro elemento asociado a las bases sobre las que se debe fundamentar la unidad, es el compromiso de todos los actores para respetar y llevar a cabo los acuerdos. Esto incluye a los “líderes” de la unidad, a los candidatos que sean resultantes de las primarias interpartidarias si se dan y también a todos los ciudadanos. No podemos participar en un proceso de construcción de la unidad, con la premisa de que, frente a las diferencias, en lugar de aumentar los esfuerzos por resolverlas, alguien se levantará y pateará o golpeara la mesa. De hecho, no podemos construir unidad sin que exista un compromiso explícito de respeto a la estrategia y las acciones que de ella se desprendan. Compromiso que debe traducirse en dos cosas fundamentales: un esfuerzo sostenido por lograr de verdad que los acuerdos alcanzados, los objetivos propuestos y la agenda de trabajo, se lleven a cabo; y la garantía explícita de no jugar “por la libre” cuando se vea la oportunidad de sacar dividendos personales o grupales, poniendo de lado los intereses colectivos legítimamente acordados en la unidad. Pero este compromiso, no es ni debe ser sólo de los candidatos o de la llamada “dirigencia o cupulas”, sino de toda la ciudadanía que pretenda inscribirse en este proceso de construcción de unidad, ya que, muchas veces, los esfuerzos son desequilibrados y la omisión de un sector, o de la mayoría de la ciudadanía, es la que lleva al fracaso una buena estrategia propuesta. Ejemplos de ello, tenemos para regalar.
De la mano del compromiso, está la construcción de la confianza en un ambiente de desconfianza colectiva, por lo que un proceso que se desarrolle en él, debe contar, con compromisos éticos y de acción declarados y suscritos, por una parte, pero, por la otra, con la confianza como regla de juego obligada. Confianza y compromiso deben ser un binomio indisoluble sobre el cual construir una dinámica política diferente.
Está claro que frente a un ambiente de desconfianza colectiva como el que vivimos (casos como los del ALN y varios independientes en la AN), tenemos, al menos dos opciones, caer en la tentación de una lógica maniquea que divide al mundo en buenos y malos, en interesados en los beneficios particulares versus los interesados en los beneficios colectivos; o trabajar por construir un ambiente de confianza, basándonos por una parte, en que podemos tener, y efectivamente tenemos, diversos puntos de vista sobre lo que sucede y cómo resolverlo; en que nadie es infalible, por lo que cualquiera puede equivocarse tanto es sus apreciaciones como en la estrategia que sigue o propone; y por la otra, en los compromisos explícitos y suscritos, así como en la firme decisión de confiar en el otro, porque como he dicho, para construir un país diferente, es preferible confiar y equivocarse que no confiar. En este caso, las preguntas serían: ¿Qué tan dispuestos estamos a confiar en el otro y a respetar, de hecho, las diferencias? y ¿Qué tanto estamos dispuestos a asumir y suscribir los compromisos que se desprendan del acuerdo de unidad? -una forma de hacernos esta pregunta como ciudadanos es ¿qué tan dispuestos estamos a votar por los candidatos que nos correspondan, así no hayan sido los que más nos gustaban o no se haya utilizado el método de selección de nuestra preferencia?
La construcción de un acuerdo de unidad para las elecciones de 2011, es un escenario más que propicio para abordar algunos de estos temas, dejar de tratarlos como acuerdos “implícitos” y avanzar sobre ellos. Sin embargo, lograrlo o no, requiere el concurso de todos y depende de que logremos centrar los debates en lo esencial y superar la dinámica de “oídos sordos”, como la que tenemos actualmente en torno a los mecanismos de selección de los candidatos. Pero también depende de que aceptemos la diversidad, nos abramos realmente al debate y dejemos de tratar nuestro punto de vista como “el verdadero”, como la panacea dogmáticamente irrefutable con la que convenceremos e iluminaremos al resto de la humanidad. Si no lo logramos esta vez, aunque lo tratemos como “materia vista”, quedará efectivamente como materia pendiente, que seguramente servirá de aprendizaje a generaciones futuras que nos reclamaran aunque ya estemos en el mas aya.


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